Los ecosistemas de agua dulce proporcionan alimentos, agua y energía a miles de millones de personas, nos protegen de las sequías y las inundaciones, y ofrecen un hábitat único para muchas plantas y animales, incluida una tercera parte del total de especies de vertebrados. Estos ecosistemas van desde los manglares que protegen nuestras costas de los tsunamis y la erosión hasta los lagos y ríos interiores repletos de peces, pasando por los humedales que filtran y moderan los flujos de agua al tiempo que almacenan grandes cantidades de carbono.

Los ecosistemas de agua dulce se han visto especialmente degradados; están expuestos a la contaminación provocada por los productos químicos, los plásticos y las aguas residuales, así como a la sobrepesca y la extracción excesiva de agua para el riego de los cultivos, la producción de energía y el abastecimiento a la industria y los hogares. Los ríos sufren un impacto adicional causado por las presas, las canalizaciones y la extracción de arena y grava. Los humedales son drenados con fines agrícolas, lo que ha propiciado la desaparición de aproximadamente el 87% del total mundial en los últimos 300 años, y más del 50% desde 1900. Se estima que 1 de cada 3 especies de agua dulce está en peligro de extinción.

La protección y la restauración de los ecosistemas de agua dulce pueden traer aparejada la mejora de la calidad del agua; por ejemplo, con el tratamiento de las aguas residuales antes de su vertido. Se deben controlar la pesca y la minería. Se pueden eliminar las presas o mejorar su diseño con el fin de restaurar la conectividad del río, mientras que la extracción de agua se puede gestionar de modo que se garanticen unos caudales mínimos. Devolver a las turberas y otros humedales el nivel natural de los caudales permite recuperar su capacidad para evitar que el carbono almacenado llegue a la atmósfera.

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