Las turberas, presentes en más de 180 países, son ecosistemas vitales sumamente poderosos. Si bien cubren solo un 3% de la superficie terrestre del planeta, almacenan casi un 30% del carbono del suelo. Cumplen funciones esenciales, tales como controlar el abastecimiento de agua y prevenir las inundaciones y sequías, además de ser fuente de alimentos y combustible para muchas personas. También albergan especies poco comunes de fauna y flora que solo pueden sobrevivir en estos entornos singulares y acuosos.
A pesar de su importancia, las turberas de todo el mundo son drenadas y transformadas para permitir su explotación agrícola, la construcción de infraestructuras, la explotación minera o la prospección de gas y petróleo. Las turberas también se ven degradadas por los incendios, el sobrepastoreo y la extracción de la turba para emplearla como combustible y medio de cultivo. Aunque las turberas drenadas solo cubren el 0,4% de la superficie terrestre a escala mundial, son responsables de más del 5% de nuestras emisiones de carbono, porcentaje aún mayor cuando son asoladas por el fuego.
Cumplir el objetivo de mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de los 2 grados centígrados exige tomar medidas urgentes para que el carbono de las turberas siga donde está, húmedo y en el suelo. Al mismo tiempo, debemos rehumedecer y restaurar muchas de las turberas ya drenadas y degradadas, a fin de frenar sus emisiones de gases de efecto invernadero y proteger el resto de los beneficios que ofrecen. Proteger y restaurar las turberas puede constituir una solución basada en la naturaleza, de bajo costo y baja tecnología, que tenga una gran repercusión tanto para la acción por el clima como para la biodiversidad.
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